viernes, 27 de agosto de 2010

ANTES DE LA TEORÍA DEL MICO

Los intentos de relacionar de una u otra forma los códigos morales y las teorías sobre la naturaleza humana, son antiguos y frecuentes. Basta con recordar dos enunciado célebres antes de C. Darwin: la afirmación de que la “razón es, y únicamente debería ser, esclava de las pasiones” de Hume –de quien hablaremos más adelante- y aquel asombro por “la ley moral que hay en mí”, con que Kant abre la conclusión de la Crítica de la Razón Práctica.

DAVID HUME (1711-1776) nació en Escocia. Estuvo varias veces en Francia, donde se relacionó con los enciclopedistas y con los filósofos de la ilustración. Entre sus principales obras se encuentra “Investigación sobre los principios de la moral” y “Ensayos morales y políticos”, que se refieren en algunas partes al tema que nos compete: la ética. Hume lleva el empirismo a sus últimas consecuencias convirtiéndolo en sensualismo. Todos los conocimientos humanos tienen su base en la experiencia y se reducen a impresiones e ideas. Ese sensualismo luego se convertirá en escepticismo. El hombre es repertorio de sus impresiones incesantemente renovadas, la colección de actos perceptivos que suceden sin interrupción, la agrupación de puros accidentes.


Junto a Hume, encontramos a ADAM SMITH (1723-1790), economista y filósofo británico, quien en una de sus obras (Teoría de los sentimientos morales) también se refiere a la ética, y contribuye a la constitución subjetiva de modelos éticos iniciados también por Hume. Los dos identifican éticamente lo bueno con aquello que satisface y lo malo con lo que genera algún tipo de dolor. Platean también la idea del interés público, mediante el cual las personas –sin tener parentesco- tienden a las otras por sus conductas morales.


Posteriormente se encuentra a JEAN-JACQUES ROUSSEAU (1712-1778), filósofo suizo, teórico político y social, músico y botánico francés, uno de los escritores más elocuentes de la Ilustración, quien en su Contrato Social –ya antes planteado por Thomas Hobbes- dice que la sociedad debe regirse por ese acuerdo de las partes, argumentando que los problemas éticos eran deformaciones de la bondad natural del hombre, que se corrompe y se vuelve inadaptado.


Ya a finales del siglo XVIII, IMMANUEL KANT (1724-1804) habla del conocimiento práctico y teórico. Se refiere a la Voluntad como la razón pura práctica, cuyo valor es: “nada hay en el mundo ni tampoco fuera del mundo, que sea bueno sin restricción, a no ser una buena voluntad”, que es una disposición que conduce a la acción. En la Crítica de la razón práctica, parte de la existencia de la moralidad y sobre él se levantará también la cuestión del derecho, es decir, justificación crítica del valor objetivo, universal y necesario de la moralidad. Kant plantea el Imperativo Categórico, que se enuncia en los siguientes términos: “Obra como si la máxima de tu acción pudiera ser erigida, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza”.


FUENTES:


1. "Ética." Microsoft® Encarta® 2009 [DVD]. Microsoft Corporation, 2008.
Microsoft ® Encarta ® 2009. © 1993-2008 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.


2. GONZÁLEZ ÁLVAREZ, Ángel, Manual de Historia de la Filosofía, Gredos, Madrid, 1982.



NUESTRO PUNTO DE VISTA:


El Imperativo Categórico de Kant, es quizás el más sobresaliente de las tesis pre-darwinistas sobre la Ética, en cuanto que aconseja el buen obrar como testimonio. Esto, equiparado al pensamiento de Hume y Smith, acerca de todo lo que satisface es bueno y lo que duele es malo, podríamos decir que nuestras acciones pueden convertirse en motivo de satisfacción o dolor para los otros. Esforzarnos por no herir al otro, porque no sufra, porque nuestros actos no lo lastimen es necesario, de ahí que esta filosofía se convierta en algo meramente práctico, en el sentido en que sólo puede medirse por las acciones y la experiencia. La satisfacción del otro, desde nuestra libertad y desde su libertad, debe conducir a un acuerdo mutuo, de modo que, como plantea Rousseau se logre ese Contrato Social, tan necesario en la mayoría de ocasiones para el bienestar común a partir de máximas de la acción personal que tiendan a otras de la misma categoría, desde la perspectiva de Smith. Sin embargo, no puede convertirse nuestro obrar en un motivo de sensualismo -como intentaba Hume- sino en una actividad comunitaria moralmente aceptable, buscando la satisfacción no corporal, sino principalmente de nuestra dimensión espiritual para alcanzar la felicidad y realización de la persona.



ALEXÁNDER ESPINOSA CEPEDA

NORBERTO PINEDA MONTES

II FILOSOFÍA

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